Esto ocurrió hace ya años, justo antes de la pandemia, lo que hace que en mi mente todavía se estire más la distancia hasta el recuerdo. Me dijeron: «Va a entrar una chica en Terebi que escribe increíble». Yo entonces ya vivía el proyecto un poco desde la barrera y pocos meses después mi vida saltó por los aires, así que no pude seguir de cerca tus primeras andanzas escribiendo sobre videojuegos. Siempre sentí que eso me separó en parte de ti. Sabía quién eras, buceaba en lo que escribías, leía tus tuits con interés genuino y observaba cómo tu nombre irrumpía en muchos sitios. Aun así, para mí eras un misterio y esa barrera contextual de los inicios provocó que tardáramos mucho en acercarnos. Un amigo de ambas siempre pensó y defendió que nos llevaríamos bien porque teníamos mucho en común, pero todavía nos costó aproximarnos.
Resulta que, como suele ocurrir, pensábamos lo mismo la una de la otra. Nos estudiábamos desde la distancia con admiración y miedo, ese miedo que nace de la inseguridad y asienta sus raíces en un sistema que se empeña en tatuarnos en la médula que las mujeres tenemos que competir las unas con las otras. Competir por un interés amoroso, por un hueco en el cartel de un evento, por un puesto de responsabilidad, por el premio a la mejor y más perfecta, por ser la que sale más atractiva en ese selfi. Qué horror, en verdad.
Creo que nunca fui consciente de sentir que estaba compitiendo contigo. Tu nombre invadía todos mis intereses pero no me molestaba, solo me creaba más fascinación por todo lo que hacías y (no vamos a negarlo, ya que estoy sacando la artillería pesada de la vulnerabilidad) por cómo la gente te veía. Pero tiempo después me propusieron entrar en otro proyecto (el que nos acabó juntando de verdad) y al ver el mensaje me sorprendí pensando: «Si me lo dicen a mí será porque ella ha dicho que no». Me di cuenta entonces de que yo solita me había colocado en una posición inferior a ti. Todavía me pasa. Ya estamos con las putas jerarquías que se instalan en nosotras sin querer dejarlas pasar. ¿Hemos competido alguna vez tú y yo? Contesto con firmeza que no. ¿Nos han hecho competir de manera (in)consciente? Ahí ya se me agita más el pulso para responder.
«Si me lo dicen a mí será porque ella ha dicho que no»
Recuerdo cuando me dijiste esto. A mí me llevó de vuelta a una de tus primeras veces escribiendo en otro medio que compartimos también -creo que lo que viene a continuación es una pequeña confesión-. Coincidimos incluso sin hablarlo por aquel entonces: cuando tú publicaste por primera vez allí, yo también había enviado un texto hacía poquito tiempo. Recuerdo ver tu nombre en un artículo buenísimo y pensar que todo estaba perdido, que a mí ya no me iban a publicar si te tenían a ti. Recuerdo cabrearme por haber sido demasiado lenta escribiendo, por haber perdido la carrera contra un nombre que me acechaba como un fantasma. Somos dos mujeres con un nivel de educación similar y estilos parecidos, con intereses bastante alineados, con una trayectoria parecida en esto de la critica precaria. «Estoy fuera». Contaba tus tuits, las publicaciones de tu blog, como si fueran tantos que te marcabas y que me hundían. Cada adjetivo bien elegido en tus textos, cada nueva conexión, cada like, un punto a tu favor y uno en mi contra.
Me llevó una fuerza sobrenatural, confieso, apartar ese pensamiento y no lo conseguí. Es difícil deconstruir siquiera porciones mínimas del pensamiento. Conocer, hablar, compartir, trazar la trayectoria vital juntas y especialmente hacer lo que supuestamente era problemático -coincidir-, fue todo lo que nos salvó -a la imagen de mi cabeza y a mí-, de perpetuar esta mierda. Fue eso lo que desgajó al fantasma cabezón de la persona, lo que convirtió las batallas a mi costa en batallas conjuntas.
Tú publicaste en aquel medio y yo también cuando mi texto estuvo pulido. Años más tarde grabaríamos juntas, estaríamos en una mesa redonda juntas, estrenaríamos revista juntas, empezaríamos esto juntas.
Pues sí que ha sido una pequeña confesión. Ayer te dije: «Tenemos que vernos para abrazarnos y pegarnos». Lo primero porque es necesario, lo segundo porque al final es como si fuéramos la misma persona sufriendo por las cosas que la otra con gusto arrancaría del núcleo de su amiga para que viera de una vez por todas que es una persona completa y válida. Te leo y me cuesta darle crédito a esas líneas porque todavía hoy no me cabe en la cabeza que tú te sintieras, o te sientas, así cuando la que debería sentirse así siempre soy yo.
Es duro ser consciente de que ambas hemos pensado que no había hueco para las dos. Que tenía que ser o tú o yo, pero no las dos a la vez, alguien tenía que elegir. Ese alguien, que quiero creer que es una personificación de nuestras angustias y oscilaciones dolorosas y tiernas como una herida recién abierta, y no una persona real (y, si lo es, pues que se apañe, nosotras no nos vamos a dejar elegir). Creo que es algo muy significativo que estemos escribiendo esto. Este es probablemente nuestro número más personal porque estamos yendo a pecho descubierto, la una con la otra, y no contra (y está siendo durísimo y precioso a la vez).
Pero esto es un pequeño microcosmos de lo que comentas al final; este espacio es la encarnación de afrontar la competición que tenemos siempre palpitando adentro para decidir apartarla y trabajar en común. Ahondar en esa herida en común. Sanar juntas, construir juntas, vitorear los textos de la otra para levantarnos el ánimo y conseguir que un día los celebremos a la vez, repetirte en voz alta que en esa foto que nos acabamos de hacer sales guapísima y si vuelves a decir que no te voy a meter una colleja con toda la mano abierta (colleja es cómo llamamos nosotras a hacernos quince fotos más y acabar muertas de risa en el proceso).
Ayer me dijiste, también: «Tía, quería responder a tu pregunta y no lo he hecho». Así que estiro el cabo de esa cuerda que siempre sostenemos las dos y te pregunto: ¿Hemos competido alguna vez tú y yo? Contesto con firmeza que no. ¿Nos han hecho competir de manera (in)consciente? Ahí ya se me agita más el pulso para responder.
Sí, no contesté a la pregunta porque imagino que el atractivo de decidir confesar se me llevó por delante, pero me pareció interesantísima. No hemos competido porque no ha existido de forma real un espacio para competir. Y sin embargo, en nuestras cabezas y pensamientos desgajados de una acción real sí ha habido competición por eso que dices, porque nos han hecho hacerlo haciéndonos creer que el espacio de las mujeres es una silla vacía en un auditorio lleno de hombres, apuntándonos a un torneo de un juego al que ninguna nos gustaría jugar si tuviéramos más remedio.
Yo te imaginé en mi silla, que ya de por sí ni es mía por derecho. Creo muchas veces que competimos por los sueños, porque no podemos ser dos cumpliéndolos cuando normalmente para nosotras hay un cupo, cuando somos el token al que algunOs se agarran para ser supuestamente inclusivos. La competición en este caso particular nos viene del trauma compartido. Pero bueno, encantada una vez más de curarlo contigo y de coger una silla y ponértela a ti también.
Estas semanas a estas BICHAS les ha dejado huella…
Una imagen. Una frase. Un texto. Por partida doble, claro.
Me gusta mucho la fotografía nocturna y es una de esas cosas que disfruto tanto como me hace pensar que soy muy básica porque, en realidad, a quién no le va a gustar. Sigo desde hace muchos años a Daniel Kordan, físico óptico y fotógrafo que viene del mundo de la pintura, y lo descubrí por su serie de Namibia, a la que pertenece esta fotografía.
No soy una chica astrología PERO -un poco sí- tengo una aplicación en inglés que se llama Co-star que siempre recomendaré, porque tiene unos mensajes diarios muy poco prescriptivos pero sí bastante poéticos. Esto es una imagen (porque me gusta mi fondo de pantalla y cómo se ve esa perilla de sabiduría ahí) pero también un mensaje de hoy que dice «una relación es solamente la historia que cuentas sobre ella», que me ha parecido va bastante sobre este Bichas.
«No sé si hoy se quede a dormir / Es lo que tiene enamorarse de un G […] Diciéndole que volveré allí / Es lo que tiene enamorarse de mí» Judeline nos ha puesto a muchas a suspirar y recordar todas esas veces que nos hemos querido quedar con esas personas a las que les pasamos las uñas por debajo de la ropa aunque sospechemos bien fuerte que no van a quedarse. Lo ha hecho con zarcillos de plata, una canción que me tiene bien chiquita estos días.
«AI accidentally proved the existence of the human soul by showing us what art looks like without one» (La IA ha demostrado de forma accidental que el alma existe porque nos ha enseñado cómo es el arte sin ella). BOOM. Nada más que añadir.
«No escribir se parece un poco a respirar con dificultad. El oxígeno entra, pero no del todo. No llena tus pulmones. Te deja vivir a medias. No escribir es, a veces, una bala directa al corazón. No escribir es dejarse morir lentamente.» Me choqué con No escribir, de la periodista Cecilia de la Serna, la semana pasada, en un momento en el que yo decidí escribir pero no escribir. Decidí escribir un texto que publiqué en un lugar al que ya no accede nadie y que no iba a compartir. ¿Sin compartirlo el texto estaba escrito? En ese texto decía «He aprendido a pensar en ti sin escribir sobre ti, sin pensar mucho en ti». Para mí escribir es darle importancia a algo o a alguien. Impacta en otra dirección con lo que cuenta la autora, que se desahoga por sentir que ya no tiene tiempo para escribir cosas que no sean emails o tareas de redacción, pero me dejó huella esta casualidad.
Voy a hacer una trampa (no he leído ningún texto interesante que poner por aquí estas semanas, y si lo he hecho no me acuerdo) y voy a poner aquí Empatía y el poder de nombrar, este texto absolutamente loco que escribió y publicó en Anait Elena Cortés, que viene muy al caso del tema de hoy. Un artículo buenísimo sobre dos juegos increíbles y desgarradores.
Esta pestañita te lleva a Ko-fi, una plataforma que nos permite recibir donativos a cambio de nuestro trabajo, un poco, como entendería mi abuela, la voluntad.
Si tienes unos euros que puedes dejar por aquí, no solamente contribuirás a nuestras economías personales, si no que también ayudarás a que estas Bichas puedan ofrecerte más contenido. Nos encanta este espacio y nos encantaría poder dedicar más tiempo a él. Si a ti también te gusta y puedes, ¡apóyalo!
Tenemos una playlist donde vamos añadiendo todas las canciones que mencionamos. También las que colamos a lo somardas. Puedes marujearla aquí.
Una newsletter tan estupenda como incómoda la que os marcastéis en el número 15, Bichas.
En mi entorno he sentido esa sensación de competición de la que habláis, así de manera general, por ejemplo en el laboral, pero también he podido entrever esa rivalidad por ser "la mujer" en algo y me he encontrado leyéndoos asintiendo con la cabeza todo el rato. Hay mucho camino que recorrer como Sociedad en esto y cosas como esta newsletter dialogada demuestra que hay que esforzarse por quitarse estos automatismos de nuestras cabezas.
Esta newsletter me la guardo, porque creo que merece la pena volver sobre ella de cuando en cuando.
Ayer quise escribir, pero no pude. Tras leeros, leí a Mateo, después me limité a recordar lo que habíais compartido unas y otro, apretando fuerte los labios y el pecho. Todavía me cuesta dar forma a la nebulosa emocional que recorre mi cabeza, pero sí puedo decir que agradezco el ejercicio de sinceridad y generosidad de este texto; no todos los días tenemos la suerte de asomarnos así a una conversación cómplice, vulnerable, potente y necesaria. Las Bichas más bichotas que nunca.