Hay fantasmas por todas partes.
Hay un fantasma en cada canción. Tú, él, ella, todos son fantasmas, cascarones vacíos de una historia contada a golpe de música. No nos importa esto, precisamente por su cualidad etérea- esta nos mueve a identificarnos o con el receptor o con el cantante. No importa quién o qué era el destinatario, el mensaje primordial, porque ya rellenaremos esos espacios con nuestra propia experiencia. El fantasma es maleable, y quizás por eso siempre presente.
Hay un fantasma en mis objetos. Algunos están embrujados porque los miro y recuerdo pedacitos de cosas que pensaba que no tenía. ¿El recuerdo es también un fantasma? ¿Es la nostalgia el limbo? El fantasma llega del pasado y aparece en el presente, y aún así no podemos decir que pertenezca al pasado. Su lugar es un tiempo desquiciado. Su misión, desquiciarnos el tiempo.
Hay un fantasma en mi Facebook. Bueno, ahí hay muchos. Son fantasmas de otra vida, que solo me acechan si me acerco a verlos donde los contengo. Pero aún así me embrujan. Los olvido hasta que los veo, y cuando los veo se me rompe el tiempo, se me trunca el presente y tengo que volver a rebuscar de donde han salido esos nombres tan raros. Me fuerzan a hacer genealogías con caras que quise olvidar por alguna razón - otras son víctimas inocentes de mi olvido y mi huida hacia delante.
Vi esta foto de familia y el fantasma apareció. Y de repente no puedo volver a contenerlo. Sé que se desvanecerá (todos lo hacen), pero tengo que convivir con él por ahora. Los fantasmas nos obligan a ejercitar la paciencia.
Es cierto que hay fantasmas por todas partes. Lo describes con precisión casi quirúrgica y no es nada sencillo teniendo en cuenta que es algo tan abstracto que se cuela entre los huecos de los huesos, calando hasta lo más hondo gota a gota, de una manera tan sutil que puedes llegar a pensar con ingenuidad que no pasará nada, que es demasiado leve para que pase. Pero siempre pasa.
Hay fantasmas en cada uno de mis días. Habitan en las conversaciones que tengo pendientes, en las bocas que surcan mi cabeza y que sé que no voy a volver a ver (porque no quiero), en los papeles dejados entre las páginas de los libros, en las fotografías que sé que no voy a volver a colgar. Creo que no duelen, aunque ahora, después de leerte, me pregunto si de verdad son inocuos o es que acaso me he acostumbrado tanto a que se acomoden a mi lado que moldeo ese dolor, lo forjo con firmeza entre las manos y le doy una forma que se adapte a mi cuerpo. Quizás es eso. No lo sé. Sí sé que están conmigo desde que recuerdo.
También creo que hay fantasmas que anidan en el núcleo mismo del dolor; se agazapan allí con sus manos frías y a veces nos sirven para saber adónde no queremos volver, cuándo debemos alarmarnos o incluso para sentir la familiaridad amarga del Ya he pasado por aquí. Así que sé salir. Ayer escribía en mi cuaderno: «Siento tanto dolor que ya ni siquiera se desborda; es como si se hubiera solidificado y simplemente pesara dentro de mí, empujando desde dentro las paredes de mis entrañas». Son los fantasmas, en parte, los que me permiten comparar la magnitud del pesar. O me obligan a ello. No estoy segura.
No creo que todos los recuerdos sean fantasmas; la nostalgia toma muchas formas y en ocasiones sí se vuelve espectro del pasado, pero no siempre. No sé si es por mi estado de ánimo, pero hoy pienso que, en parte, si los fantasmas existen es porque nosotras también los necesitamos. De alguna forma. Aunque nos recorra la espalda un escalofrío que no se parece en nada a los de las películas.
Hay fantasmas en el dolor, eso desde luego. Creo que quizás sean los más perniciosos por ser los más invisibles, los que nos mueven los muebles y las conexiones entre neuronas, los que nos hacen actuar como sus marionetas mientras escarbamos el fango para encontrarlos. Creo que esos fantasmas no son buenos siempre y cuando sean eso, fantasmas. Exorcizarlos es, a veces, como encontrar una aguja en un pajar.
Y como dices, también hay fantasmas benevolentes. Nos asaltan igualmente al girar una esquina y creer reconocer a alguien que ya no está en nuestras vidas, o no serían fantasmas. Pero al reponernos del susto inicial, quizás abran las compuertas de emociones que habíamos querido olvidar.
Quizás no hay fantasmas buenos o malos y solamente existe nuestra capacidad para enfrentar la flecha del tiempo.
Creo que has dado en la clave. Tiempo. Esta semana veía una serie en la que hablaban de que precisamente el recurso más valioso que teníamos los seres humanos era el tiempo (lo hacían en clave ultra capitalista, de esto de querer matarlos a todos).
En este sentido, los fantasmas no existirían sin el paso del tiempo y nosotras no los veríamos en cualquier esquina. No dejan de ser un reflejo del avance de las manijas del reloj y de cómo nos ha afectado ese trance. Qué botones ha accionado en nuestras cabezas, qué heridas siguen todavía sin lamer, qué refracción se activa en nuestros adentros cuando pensamos ver por la calle esa persona que es imposible que veamos porque ya no está.
¿Se podría decir que los fantasmas forman parte de nosotras? Obviamente, sí, porque surgen de lo que somos. ¿Pero también de alguna otra manera? Es extraño hacerme esta pregunta cuando pienso que, seguramente, están observando este tecleo desde mis hombros. Que podrían adelantarse y responderme con superioridad. Pero entonces, si se comunicaran de verdad con nosotras, dejarían de ser extrañas y misteriosas muescas en nuestra línea de tiempo.
Además, a pesar de que tal vez viviéramos más tranquilas, qué seríamos nosotras sin las preguntas.
Estas semanas a estas BICHAS les ha dejado huella…
Una imagen. Una frase. Un texto. Por partida doble, claro.
Quiero tener un verano parecido a las vibes que parecen describir estas pinturas de Claudia Keep. El calor que parece que hace resaltar las escenas más cotidianas, la ropita secándose al sol, el astigmatismo que nos hace ver, a algunas afortunadas, los reflejos como estrellitas.
Pensar en fantasmas es pensar un poco en Paul Mescal (pobrecico). Pero es que esos reflejos del pasado que nos persiguen en el presente me han llevado a All of Us Strangers (Andrew Haigh, 2023), de la que ya os hablé, y de ahí mi mente ha saltado a Aftersun (Charlotte Wells, 2022) y por eso el fotograma de esta película, una película que lleva en mi cabeza más de año y medio.
Me estaba metiendo a mi auto / y estaba ajustando el retrovisor / pero en el reflejo, solo por un segundo / vi una figura, y me paralicé. En Past Life Tame Impala (en su último álbum bueno, Currents, de 2015) nos cuentan una historia sobre reencontrarse con el fantasma del pasado a modo de diario. Me encantan las canciones que hablan de lo extraordinario de la cotidianidad, y esta canción lo tiene todo: una historia mundana, voces distorsionadas, narración y un fantasma. La misma canción para mí es un fantasma que os he rescatado aquí.
Y aunque tengo miedo a perderme en mundos raros / Siempre dejo piedras para poder regresar / A tu lado. Esto es de Insomnio, de Xoel López (volvemos a colar una canción). Hay alguien con quien hablo de vez en cuando sobre si las personas que tenemos el veneno de la creación metido dentro estamos condenadas a estar solas, y un día le pasé esta canción (aunque no sea su rollo) como contraargumento. Para mí habla del amor cotidiano y de volver a esa persona que nos aguarda aunque no siempre sea fácil (porque no lo es) y que quizás no siempre entienda esos y nuestros mundos raros. Os dejo también esta versión en directo.
«Siempre se escribe para un fantasma / para una cuenta pendiente y oscura» Justamente vi el otro día en las redes este pedacito de poema de la argentina Juana Bignozzi (aquí podéis leer más poemas y una pequeña biografía) de su poemario Si alguien tiene que ser después, y me vino muy bien para pensar las formas de exorcismo que tenemos a nuestro alcance las simples mortales. Quizás simplemente debamos convivir con el fantasma y aceptarlo, pero la escritura parece ayudar bastante.
«Y entonces empiezas a compartir sus preguntas, que reflejan la luz del sol y te dan de lleno en los ojos aunque cierres los párpados con fuerza: ¿cómo haces para amar sin derramarte? ¿Cómo sabes si los demás se dejarán llenar por todo lo que tienes para darles o si tendrás que guardártelo?» No es una lectura nueva pero sí revisitada muchas veces. Fleabag: ponerte contra la (cuarta) pared, que Mateo Trapiello escribió en su página de Medium hace ya un par de años, sigue siendo una de las mejores cosas que he leído (¿por qué escribe tan bien este chico, si acaba de hacer la primera comunión? ♥️)
Tenemos una playlist donde vamos añadiendo todas las canciones que mencionamos. También las que colamos a lo somardas. Puedes marujearla aquí.
Siento que hay mucha verdad en que los fantasmas duelen, pero luego me pregunto, ¿siempre duelen? Para responder esa pregunta creo que también es crucial entender el concepto de tiempo. El tiempo pasa y nos atropella, eso lo tenemos claro. Pero porque lo concebimos culturalmente así. El tiempo es (a)lineal -lo siento, no he encontrado un antónimo de lineal ni en google- y sucede todo a la vez: pasado, presente y futuro.
Siempre que nos abraza un fantasma viene de un eco del pasado. De un recuerdo, de una emoción, de una imagen. Para mí no siempre es así. Un poco como en A Christmas Carol: pueden venir del pasado, del presente o del futuro.
Cuando veo una foto en la que salgo con mi prima el fantasma del pasado viene y me agarra el corazón. Me tambalea y me hace plantearme preguntas absurdas como por qué tuvo que irse tan pronto, cuántas cosas nos dejamos por decir, cuántos abrazos no nos hemos podido dar.
Y duele.
Cuando escribo ficción me toca el fantasma del futuro. A veces me hace temblar y me dice que lo que tengo en la hoja no llegará a nada. Otras veces me tranquiliza y me asiente porque todo lo que escribo valdrá la pena. Algunas de ellas me hace parar porque me ha visto desquiciada en el futuro y no quiere que acabe así.
Y duele, solo a veces.
Cuando leo bichas me abraza el fantasma del presente. Yo tampoco estoy sola tecleando ahora delante del ordenador, tengo a Clara y Elena abrazándome con sus palabras y empujándome a soltarme una vez más en estos comentarios. Tengo la playlist de fondo que tiene un pequeño pedacito de todos los fantasmas que la hemos ido componiendo. Y mi fantasma se va a quedar aquí por un tiempo indefinido para saludar a todas las que queráis ser saludadas.
Y no, este fantasma no duele absolutamente nada.
Gracias.
Mis fantasmas, como decís, me obligan a ejercitar la paciencia. Aparecen cuando quieren, y cuando lo hacen, necesito hacerles caso, mirarles, escuchar lo que me están contando. Estar con ellos.
Estoy de acuerdo con Iris en que los fantasmas vienen de todos los "tiempos" en los que supuestamente nos movemos.
Vengan del momento en que vengan, me hacen sentir algo (o aparecen tras sentirlo?), me hablan de cómo estoy. Me señalan hacia lo que necesito. En este momento de mi vida los veo así, como apuntadores de nuestra obra de teatro particular.
En otros momentos no lo he visto así. Me he dejado llevar por ellos más veces de las que quisiera. Pero aquí, ahora, con los fantasmas que me acompañan en este momento, me hago la promesa de que tendré paciencia con ellos y conmigo, de que estaremos juntos un rato, pero yo me quedo aquí.
Gracias bichas.