Tengo una página de Medium con tres textos publicados. Pero también tengo una página de Medium con tres textos en borradores sin acabar. Estos textos llevan ahí meses apilados, como recuerdos que no quiero tocar ni revisitar. Los tres tienen ya una nota arriba que apunta que los empecé hace tiempo y que estuvieron un tiempo inacabados (y así siguen). Creo que esta nota me sirve solo a mí como recordatorio de que no es que no haya tenido tiempo, es que no he tenido el coraje, la intención, la fuerza. Algo así. Es que no he sentido que valieran para publicarse, en resumen.
O quizás me cuesta escribir sobre vulnerabilidad y esa es la razón de estos textos encerrados. Los tres hablan de mí de una forma que me gustaría fuera perspicaz e instructiva, pero creo que ni siquiera yo me conozco tanto. La vulnerabilidad solo la siento, no la pienso, y quizás debería pensar más en cómo opera en mí, cómo me ata de vez en cuando frente a la página en blanco, cómo la escondo de vez en cuando si me preguntan que qué tal, cómo la evito siempre, y siempre me acaba pillando, claro.
Es un poco irónico. Propuse yo este tema y sin embargo me siento a escribir nerviosa; es la primera vez que me pasa en este espacio. Leerte me ha hecho pensar también en la página en blanco y he vuelto a mi adolescencia, un tiempo en el que la palabra vulnerabilidad apenas tenía cabida en mi diccionario y, si la tenía, era para asociarla a situaciones negativas. Vulnerable, sensible, exagerada, llorona. Se agolpan esos adjetivos en mi cabeza y recuerdo cuando sentarme frente a la página en blanco era el único momento en el que (ahora) creo me permitía expresarme desde la vulnerabilidad. Desde el desahogo. Cuántas noches sumergida en mi antiguo blog, ese cuyo link escondí de todas partes a pesar de que siga acudiendo a su interfaz todavía catorce años después. Cuántos momentos llorando delante de la pantalla. En silencio. Para que nadie se diera cuenta.
Vuelvo a ese panel de control ya casi arcaico y observo: 917 entradas publicadas, 99 en borrador. Me da ternura a la vez que me sobrecoge. Hay tanto ahí que no podría deshacerme de ninguno de los pedazos que quedaban atrapados cuando me rompía, ya fuera de tristeza o de euforia. Leo un texto del que nunca me olvido, escrito en 2013: «Soy ausencia de carne ahora, hoy, en este segundo. De espíritu. De alma. De esperanza. Solo piel y huesos.» Piel y huesos. Pienso si la vulnerabilidad es eso, sentir que tu cáscara ha caído. Pero ahora sé que es mucho más: también es ser valiente sin ser consciente de ello, dejar al descubierto cada herida, hablar de un deseo que prende adentro con timidez y firmeza. Dejarse alcanzar por la vulnerabilidad no es sencillo y creo que hay personas que jamás lo permiten; yo no entiendo otra forma de estar en paz con una misma y vincularse desde la honestidad y la desnudez absoluta (a veces de manera literal).
Ah, por cierto, debo decir algo más: hay coraje en todo lo que escribes, todo lo que sale de ti tiene valor. En ocasiones no nos es posible trasladarlo, y no pasa absolutamente nada por ello: lo vulnerable sigue habitando en nosotras de todas formas.
Gracias por definir este doble prisma de la vulnerabilidad como desnudez consciente e inconsciente, siempre eres lúcida en los análisis (disculpen las lectoras este momento de agradecimiento entre Bichas). No me había parado a pensar en este valor cambiante que tiene tanto que ver con lo que nosotras hacemos de él: creo que hemos crecido reduciendo los momentos en los que se nos cae la máscara, quizás haciendo que la máscara también sea vulnerable. No quiere esto decir que yo al menos no siga teniendo vulnerabilidades escondidas, creo que las dos podemos hablar muy tranquilamente de temas que nos exponen de cierta forma, mientras que hay otros a los que no prestamos tanta atención. La vulnerabilidad es subjetiva, en cualquier caso: lo que tú crees que te hace débil, en mis ojos te hace fuerte.
Creo que encontrarse vulnerable es difícil para las que no hemos crecido en entornos seguros para ella (quién sí, me pregunto). Pero también creo que precisamente esto nos destina a dos caminos (probablemente estoy siendo muy determinista, me perdonen las psicólogas del mundo) - o la escondemos tras un muro y la encerramos bajo siete llaves que tiramos al mar (en distancias cortas apareceríamos sin resquicio, fuertes de una forma casi totémica) o no nos postulamos de otra forma que no sea vulnerables. Yo me prefiero vulnerable, por eso reconozco que, como dice Mitski, últimamente lloro como una niña alta. ¿Quizás pueda apropiarme de palabras ajenas para describirme si a mí no me sale?
Que nos disculpen las lectoras por todos estos momentos entre Bichas. Admiro que veas fortaleza en lo que yo no soy capaz; pero también te comprendo porque a mí me pasa lo mismo contigo. Y creo que hablar de fortaleza es necesario, porque a veces la vulnerabilidad se castiga. Y eso es dolorosísimo. Atreverte a exponerte, con todo lo que supone, y que acaben volviéndolo en tu contra. Arrojándolo a tu puta cara. Se requiere energía para volver a arriesgarse a pasar por lo mismo. A pesar de todo, cómo no vamos a tener vulnerabilidades escondidas.
Justo estoy escuchando al vocalista de Bernal decir: «…me siento tan expuesto». Hay una parte de nosotras que siempre tiene miedo a exponernos. Es normal, teniendo todo lo que hemos escrito en cuenta. Pero, a la vez, ¿no es el tipo de conexión más íntima y más auténtica? Dejarnos ver como de verdad somos. Sin escudos. Hace no mucho creo que os dije: Vosotras sois las personas que podríais sujetarme el pelo mientras vomito. Ya lo sé, no es nada bonito, pero si lo pensáis creo que no dejaríamos a todo el mundo vernos en una situación así, con nuestro pijama más desgastado y oliendo fatal.
Hay una parte en lo vulnerable que me transporta a lo cotidiano, a lo que creo que entraña magia de verdad: compartir lo común, lo ordinario, las cosas que quizás nunca saldrían en una película de disney (y menos mal). Mientras escribo esto soy incapaz de sacarme del coco conversaciones contigo en las que hemos puesto infinitas vulnerabilidades encima de la mesa, incluso algunas afiladas que venían de un mundo y un contexto que nos ha juntado para que compitamos. Recordarlas me da esperanza. Me hace pensar que ser vulnerables en común puede ser seguro y otra forma de amor, si estamos bien acompañadas.
Estas semanas a estas BICHAS les ha dejado huella…
Una imagen. Una frase. Un texto. Por partida doble, claro.
Esta escena de Bojack Horseman viene mucho al caso porque como Diane, a veces no me resulta tan sencillo comunicar la vulnerabilidad. Si algo nos enseñó la serie de Raphael Bob-Waksberg y compañía es que las máscaras de fortaleza se derrumban en cuando estamos solas, y que el camino es más ligero si nos acompañamos (y nos criticamos constructivamente).
(*Traducción: “No siempre se me da bien describir emociones”. / “¿Pero tú no eras escritora?”)
Me vais a perdonar porque siempre me las apaño para colar música aquí. Pero hablar de piel y huesos me conecta con el De Carne y Flor de Viva Belgrado como contrapunto y con prácticamente todas las letras de este disco. También con que dejarse ir en un concierto puede ser otra forma de vulnerabilidad. Y con el pensamiento de qué hay más vulnerable que saberse libre en las coordinadas de una piel que no es la tuya.
Te acompaño con la música (en este caso, I Am a Rock de Simon & Garfunkel) en la frase: «I touch no one and no one touches me/ I am a rock I am an island/ And a rock feels no pain/ And an island never cries.» Una canción que habla de las máscaras de fortaleza que nos ponemos y la condena a la soledad que pueden ser.
(*Traducción: No toco a nadie y nadie me toca / Soy una roca y soy una isla / Y una roca no siente dolor / Y una isla nunca llora)
«No son las palabras las que nos sostienen cuando la materia cae vencida, es al revés, somos salvados por el tacto, la cercanía física, el calor que produce el encuentro de lo que va a morir con lo que va a morir (…) » Trampitas otra vez pero es una frase larga, ¿no? Por aquí esto de Claudia Masin, escritora argentina que plasma esta reflexión en su poemario La plenitud.
«A George y Lori Schappell no parecía importarles si los demás los entendían. Pero Estados Unidos todavía está luchando por adaptarse a cuerpos como el de ellos.» The Conjoined Twins Who Refused to Be ‘Fixed’ cuenta la historia a modo de obituario de unos gemelos siameses que no querían dejar de serlo, pero también habla de que la aceptación más complicada de gestionar para la sociedad estadounidense no fue que compartieran el cuerpo, si no que George fuera trans.
¿Alguna vez habíais pensado en cómo advertir a civilizaciones que habiten el planeta en diez mil años sobre los marrones mortales -residuos nucleares- que les hemos dejado, en un contexto en el que probablemente nuestras lenguas ya ni existan? A esto se enfrenta la semiótica nuclear, algo que he descubierto a raíz de leer a John D'Agata y su ensayo Sobre una montaña. Me tiene obsesionada. Informaciones en pieles de larga duración, gatos que cambian de color según la radiación, interpretaciones de El Grito de Edvard Munch, pictogramas loquísimos, un paisaje de espinas rocosas… Todo esto son opciones reales (y surrealistas) que se han barajado a lo largo de los años. Podéis saber más en este artículo: ¿Cómo le diremos a los tataranietos que no desentierren nuestros residuos nucleares?
Pre-transición era una persona extremadamente sociable. Siempre estaba rodeada de personas, solía ser el centro de atención y lideraba la mayoría de los grupos a los que pertenecía.
Ahora el solo hecho de pensar en actuar así me da pánico.
Me he dado cuenta que la imagen y las formas de la Iris pre-transición eran capas y capas de coraza construida a través de los años para no llegar a mi verdadero yo. Esto es un poco raro, obviamente esa Iris también fui yo, pero es una Iris que ya he abandonado y que no quiero volver a ser.
Ahora me cuesta más relacionarme, prefiero rodearme de pocas personas y el centro de atención y el liderazgo son espacios que prefiero no ocupar. No porque no me guste, sí que hay algo de ello que me hace sentir bien. No ocupo esos espacios porque la Iris que muestro ahora es la Iris más transparente que puedo mostrar, y a la vez, la más vulnerable.
Mostrándome vulnerable me siento más expuesta -como enseñándole mi corazón a todo el mundo y dejando que lo puedan tocar- y eso a veces conlleva dolor. No obstante, siendo vulnerable también puedo sentir cosas que con esa coraza no sentía, puedo vivir las experiencias de más cerca, como si cada capa de esa coraza fuese un muro que separaba mi voz del mundo.
Gracias por hablar de la vulnerabilidad, por mostraros así y por cómo me acariciais el corazón con estas entradas.
Leí este Bichas en el bus, yendo hacia el laburo. Las lágrimas corrieron por mis mejillas durante toda la lectura. Vuestra forma de hablar de nuestra vulnerabilidad me hizo conectar con la mía, cosa que en las últimas semanas no me había permitido demasiado. Qué importante es reconocerla en una y en otras, abrazarla y, como decís, compartirla, compartirnos en ella como en las demás características humanas. Gracias.