Cuando viajaba en avión —que era muy a menudo— establecí, creo que sin querer, un ritual inamovible en el momento del despegue. El juego era intentar descifrar en qué momento el avión iba a pegar su acelerón que lo levantara de la pista para cuadrarlo perfectamente con un momento muy específico de una canción muy específica: minuto 2:11 de Punto de Partida de Rocío Jurado. Cuando entra la guitarra y se desgarra junto a la voz de la más grande. Nunca he sido yo folclórica, pero había algo tan absolutamente emocionante en arriesgarlo todo por volar de vuelta a casa escuchando la canción más rabiosa que se ha cantado en español.
Obviamente era un ritual absurdo e imposible y a veces no me cuadraba. No tenía manera de predecir el momento exacto. Entonces me ponía a llorar. Probablemente fuera la canción el motivo del llanto y no el incumplimiento del ritual, pero bueno.
El concepto de andar por casa de «tener una manía» —o el derivado ser una «maniática»— no está tan extendido en inglés: existe una traducción literal —y otras adyacentes pero no iguales como la obsesión, costumbres raras (odd-habits)— pero no es de uso común. Uno de mis alumnos ingleses, un hombre de unos sesenta y pocos, lingüista, la persona que más debería conocer este concepto, no tenía ni idea de qué le estaba hablando el otro día y me golpeó con fuerza la carencia absoluta de matices del inglés. Él me preguntó si me refería a los rituales del TOC y pensé: claro, esto explica la sobre-patologización, esta dominancia del mundo angloparlante sobre el algoritmo de las redes sociales.
Yo empiezo todo lo que puedo por la izquierda: comienzo a masticar por la izquierda, me enjabono el lado izquierdo del cuerpo primero, el primer peldaño de las escaleras casi siempre con el pie izquierdo. Y digo casi siempre porque es cierto que con el tiempo me he ido relajando; de pequeña tenía muchas más manías que ahora. Me acostumbré a caminar sin pisar las junturas de las baldosas o a rascarme la mejilla derecha si me había rozado sin querer la izquierda. De hecho, creo que es algo que nunca he contado, ni siquiera a mis padres. Pero, bueno, aquí hemos venido a colgar al viento todos nuestros mecanismos después de un buen centrifugado.
De todas formas, he abandonado muchas por el mismo motivo que hemos tratado aquí alguna que otra vez, porque no quiero caer rendida ante los pies de la superstición. La verdad es que no sé si son preocupaciones grandilocuentes o gestos que asimilamos de tal manera que no podemos concebir no repetirlos. Esto, claro, sin entrar en el terreno de lo patológico, que no queremos ni tú ni yo de hablar de diagnósticos sin tener más idea que aquella que hemos podido acumular en vuelos y saltos entre baldosas.
¿Tú crees que estamos libres de estas cadenas? ¿Que podemos sacar adelante un día sin llevar a cabo todos esos rituales tan personales? Yo creo que sí, porque por desgracia estas chicas (bichas) tienen cosas peores de las que preocuparse, pero me interesa mucho saber qué piensas tú.
Pisar solamente el blanco en los pasos de peatones era mi manía favorita cuando era pequeña. O saltar de alcantarilla en alcantarilla. En mi caso no era superstición, si no un juego: disfrazaba todo esto con imaginación, pero ahora entiendo que no eran más que pequeños rituales para estar más cómoda por la calle. Ahora la mayor parte de las manías me han abandonado y las que se han quedado las veo como una extravagancia, como por ejemplo no dejar que diferentes tipos de comida se junten en mi plato.
Y sin embargo no te puedo decir muchas más. Creo que estas manías se hacen grandes cuando menos lo esperamos y cuando más invisibles son. Cuando estamos solas o no tenemos que performar, ahí aparecen. Y yo creo que no las veo: están tan integradas en mis días y lo que hago de forma inconsciente que si alguien no apunta hacia ellas son invisibles para mí, lo que hace que no pueda deshacerme de ellas aunque quisiera. Ya son parte de mí.
Cuando me propusiste este tema recuerdo que me dijiste: «Le preguntaré a F., que seguro que se fija más que yo». Es verdad que en algunas ocasiones podemos observar con mayor facilidad las manías de los demás, como cuando yo veo a mi amigo Sergio comerse las uñas sin que él sea consciente o intuyo cómo a alguien le gusta que esté organizada su casa simplemente por los gestos que repite.
Pero encuentro ahí un arma de doble filo sobre la que reflexionaba ayer, y es esa coletilla odiosa de «Qué manía tienes de…», un segundo antes de que se sobrevenga el reproche, seguramente de una manera injusta. Qué manía tienes = te voy a echar en cara algo que no sé comunicarte mejor. Resulta irónico que se use algo así, que tiene que ver con la obsesión y la afición exagerada (según, de nuevo, los raeseñoros). Al final el abanico retórico para introducir la recriminación injusta es amplio.
Están las manías de la mirada ajena, las de la acusación ajena y aquellas que tú dices que forman parte de ti. De nosotras. Creo que, de momento, son inofensivas, a pesar de que en el pasado pudieran no serlo (como es mi caso). Tal vez nos ayudan a mantener un poco de calma, aunque sea en parte artificial, y creo que, al igual que pasa con todas las personas, también pueden contar algunas cosas de nosotras mismas.
Estas semanas a estas BICHAS les ha dejado huella…
Una imagen. Una frase. Un texto. Por partida doble, claro.
Me obsesiona el trabajo de la artista Cosima Zu Knyphausen, su estilo suave y borroso, sus mujeres etéreas, sus marcos hechos con materiales de andar por casa, sus cuadros pequeñitos pequeñitos. Tiene una habilidad para capturar lo que yo creo que son recuerdos.


Hace poco un amigo me preguntó que si no había pensado hacer un álbum con todas las fotografías de pintadas (frases, sobre todo) que hago por la calle desde hace años. Ni lo había pensado, pero sí me da un poco de pena que la mayoría se haya perdido por mi galería (y mis stories de instagram).
«Es bueno
que la amistad le quite
al trabajo esa cara de castigo
y a la alegría ese aire ilícito de robo.»Rosario Castellanos es mi poeta favorita para hablar de forma absolutamente épica de las cositas del día a día. Estas palabras son de Apelación al solitario.
«Aquí, en este lugar, supo mi infancia
que era eterna la vida, y el engaño
da a mis ojos amor.»Este fragmento del poema de Francisco Brines, La fabulosa eternidad, ha marcado estas semanas mi existencia de una manera que la mayoría no vais a poder ni adivinar.
En La Conquista del feed el periodista Alberto R. Aguiar conjuga una newsletter que describe como «Hay política en tu algoritmo: derechos digitales, privacidad, ciberseguridad e internet con el foco puesto en las personas, no en las empresas.» Su última entrega, Los paliativos de la web muriente es de lectura obligada para entender el estado del internet y las redes.
Hoy recomiendo con un poco de timidez una entrada en el substack (y el substack entero) de Eva, una joven artista con mucho que contar y una manera muy bella de expresar muchas cosas, algunas de ellas muy grises, pero con la ventaja de la libertad sin fisuras para plasmar lo que sea (me siento vieja): Formas de Existir en Arquitectura del Desarme.
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Estoy unos días en casa de mi hermana, he intentado pensar en manías mías, me he quedado un poco en blanco, supongo que las mías estan atadas a la relajación de mi propio ambiente y/o privacidad jeje